Pues lo primero, y lo más complicado, fue hacerme a la idea de que algo tenia que cambiar, y... ¿por dónde empezar? Mi salud claro, era lo más importante. Cuando identifiqué qué síntomas eran los prioritarios a tratar, hablé con mi padre y le expliqué lo que me estaba pasando. Lo primero que me dijo fue que ya me lo había dicho él varias veces ( gran verdad ), que estaba preocupado por mi y que tenía que relajarme. Yo en esos momentos pensaba "Qué lindo, con lo malito que está y aun se preocupa por mi", pero sin hacerle el menor caso. Le dije que, si no le importaba, necesitaba ir al fisio una vez a la semana. Puedo decir que le hizo hasta ilusión, que empezase a cuidarme yo también.
Me las ingenié para encajar una hora en la que prácticamente era imposible que tuviéramos médicos, pruebas, se cruzara alguna medicación, alguna comida... Y ese fue el principio de mi salida del "agujero". La primera vez que fui al fisioterapeuta le falto echarse a llorar cuando me miró, solo por la postura de mi espalda ya me dijo: "¿Cuánto tiempo llevas así?".
Poco a poco fui encajando en mi día a día otras actividades dedicadas a mi, no me voy a poner a describirlas todas porque realmente no aportan nada, bueno a mi sí, por descontado, pero creo que el mensaje es otro.
Algo que sí hago desde entonces, y que es sin duda de las cosas que más me ayuda, es que, cada día, hago un repaso mental de mi día siguiente, pienso en cómo estoy y en qué necesito, en los "pendientes" de mañana y en las cosas que me apetecen y me hacen feliz del día a día, porque SIEMPRE hay algo. Todos los días hay algo que hago por mi, un momento del que disfruto yo sola, sin que necesite de nada ni de nadie. Son en realidad cosas muy sencillas, de la vida cotidiana, que poco a poco dejé de valorar, o que en algunos casos no había valorado nunca.
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